Posted by : Unknown martes, 17 de octubre de 2017

Ahora somos un imperio y, cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y, mientras ustedes están estudiando esa realidad, de manera juiciosa como seguramente lo harán, nosotros actuaremos de nuevo, creando nuevas realidades, que usted puede estudiar, y, así es como son las cosas".

Eso le dijo cierto ayudante del presidente George W. Bush a un reportero del New York Times. Cualquier coincidencia con el proceder de la administración Trump no es casual a juzgar por su "aventura sónica" con Cuba.
El actual equipo en la Casa Blanca gusta, como algunos predecesores, de seleccionar a voluntad la información; a puro músculo desanda el camino de la negociación, abierto después del 17 de diciembre del 2014. Mas, concedámosle el crédito de la sutileza de tejer una madeja que le permite presentarse frente a su opinión pública como si actuaran en defensa propia.

Nunca culpan a las autoridades cubanas de los daños a la salud que, alegan, sufrieron sus funcionarios en suelo antillano. Tampoco lo necesitan. Les ha bastado con tacharlas de incompetentes. Así, "sin querer queriendo", como diría un personaje cómico mexicano, fueron por sus verdaderos objetivos: entorpecer el flujo de viajeros estadounidenses al Archipiélago y llevar las relaciones diplomáticas a su mínima expresión.

Este resulta un asunto dirimido fundamentalmente en el plano de las percepciones. No valen los hechos concretos. En ese ambiente Trump y compañía nadan a sus anchas porque, recordando la máxima de los Bush, la cuestión no es qué ha ocurrido realmente, sino qué se dice que ha ocurrido.

¿Tendría sentido para alguien la absurda historia de diplomáticos atacados en La Habana con armas sónicas? Quizás para quienes conocen un poco la realidad cubana no, pero sucede que no fue diseñada para este tipo de público.

Un estadounidense promedio quizás solo haya escuchado hablar de Cuba como escenario de carreras diurnas de autos y por su malecón más famoso, visto en Rápido y Furioso 7, o siendo la isla refugio de los robots alienígenas en una hipotética Tierra, a punto de ser absorbida por el planeta Cybertron, argumento de la reciente entrega de la saga de Transformers.

A ese mismo lector o televidente le parecería completamente creíble este nuevo cuento, y hasta lo asociaría con otros sobre la fabricación aquí de armas biológicas, el entrenamiento de extremistas islámicos y hasta de delfines para ser usados como armas.

No importa si el diagnóstico de las afecciones lo hizo la Universidad de Miami y no el Walter Reed National Military Medical Center, dedicado a examinar a los funcionarios de gobierno; ni la inexistencia de informes de inteligencia confiables sobre a quién podría interesarle tomarse el trabajo de venir a La Habana a dejar sordos a un grupo de espías estadounidenses, detalle convenientemente pasado por alto.

Similar suerte corrió otro dato publicado por la Associated Press (AP): según expertos de la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA), los problemas auditivos de los espías-diplomáticos los habrían causado los medios empleados para comunicarse con su cuartel general.

La CIA pudo desmontar ese equipamiento, pero hacerlo requería de sacar a la mayor parte del personal de la embajada. El paso del huracán Irma hubiera sido la excusa perfecta; sin embargo, en Washington resolvieron que era la oportunidad de darle un nuevo empujón a la confrontación con Cuba.

Con ese Gobierno es imposible perder la capacidad de asombro y habrá que tener mucha sangre fría para no caer en provocaciones, sabiendo que Donald Trump cree vivir en un mundo donde: "Todo sería un disparate, porque todo sería lo que no es". Solo que este no es el país de las maravillas; ni Trump, Alicia, sino el presidente de la nación más poderosa del Planeta, algo demasiado serio como para callar ante semejante insensatez.

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