Posted by : Unknown domingo, 28 de mayo de 2017

La Organización de las Naciones Unidas informó que 245 refugiados perecieron frente a la costa de Libia a mediados de mayo. El propio organismo internacional estimó que en lo que va de 2017 por lo menos 1 300 personas perdieron la vida intentando cruzar el mar Mediterráneo desde dicha nación africana hasta Europa.
Con numerosos titulares los medios internacionales dieron cuenta del hecho mientras contaban mil y una historias espeluznantes del drama de quienes por miles abandonan sus hogares en los desiertos interminables del Magreb o las sabanas del Cuerno africano en pos del sueño dorado europeo.

El fenómeno adquirió tales proporciones que ya es imposible la repetición de lo sucedido en Portopalo. La villa pesquera siciliana fue noticia en 1996 cuando uno de sus habitantes reveló cómo sus vecinos habían estado sacando y devolviendo al mar los cadáveres de un naufragio ocurrido en sus cercanías y del cual no informaron porque, creyeron, sería una pésima publicidad para el poblado.

Hoy se han hecho comunes las escenas de los botes atestados de personas en medio de un mar azul oscuro y todavía no hemos olvidado la imagen de aquel niño muerto tendido sobre la arena de una playa griega. Sin embargo, luego de la lógica y humana conmoción por el drama, se sucede la indiferencia tácita o el olvido exprofeso de otras cuestiones más de fondo.

La compasión hacia el emigrante es cómoda y útil para el capitalismo desarrollado que se nutre de su trabajo y genera las condiciones de su existencia miserable.

El asunto resuena con el mayor morbo posible pero desconectado de sus verdaderas causas. Se habla de la hambruna y la violencia que fuerzan a millones de personas a dejar el sitio de sus ancestros, aunque rara vez se repara en las causas tras la ausencia de oportunidades y los conflictos étnicos y políticos que por varios siglos han asolado al continente cuna de la humanidad.

Es convenientemente pasado por alto que la opulencia del centro desarrollado se debe en buena parte a la pobreza de la periferia, y especialmente de África. No se repara en las sociedades más o menos complejas existentes allí antes de los procesos coloniales ni tampoco en el genocidio de los pueblos originarios a manos de los europeos. Tampoco se hace énfasis en que las grandes fortunas contemporáneas tuvieron su génesis en el cruel tráfico de esclavos. Renombrados bancos como el Barclays, a quien vemos hoy como el patrocinador oficial de la Premier League del fútbol inglés, fue fundado en 1756 por los hermanos David y Alexander Barclay con las ganancias de secuestrar africanos para venderlos como fuerza de trabajo en las plantaciones esclavistas de América.

«Cuando los gobiernos cierran rutas, el negocio se vuelve más rentable porque el viaje es más largo y peligroso. No se puede parar, lo único que puedes hacer es gestionarlo lo mejor posible», le dijo desde una cárcel italiana un traficante de personas al reportero italiano Giampaolo Muscemi en la cínica confirmación de que la emigración no se combate únicamente desde la acción punitiva de quienes ciertamente lucran con sus expresiones más evidentes.

Todavía no hemos escuchado a ningún político u hombre de negocios siquiera ofrecer disculpas, al menos, por la colosal deuda histórica del llamado Primer Mundo con África. Al contrario, la actitud sigue siendo punitiva y sesgada la presentación de quienes huyen por miles en un fenómeno cuya fuente histórica no puede ser olvidada.

Publicado originalmente en Granma.cu

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