Posted by : Unknown miércoles, 12 de abril de 2017

«Gran Bretaña, que dividió los países árabes hace 100 años en partes incompatibles, pronto saboreará la amargura de la división y será desmembrada», decía con inocultado regocijo un forista árabe comentando sobre la reactivación de las intenciones independentistas en Escocia tras el inicio del divorcio del Reino Unido con la Unión Europea. Mucho de resentimiento y odio acumulado hay en el Oriente Medio hacia Europa que está siendo aprovechado, y de la peor manera, por los extremistas.

Obsérvese las actuales fronteras entre países hoy conocidos como Siria, Jordania e Irak y se las notará particularmente rectilíneas, cual si hubieran sido trazadas de un modo arbitrario. La razón es simple, surgieron de las discusiones entre dos individuos a nombre de sus respectivos imperios para repartirse esas tierras como quien corta un pastel.

Con la anuencia de los zares rusos, en enero de 1916, Mark Sykes a nombre del Reino Unido y François Georges-Picot por Francia, habían convenido qué harían ambos estados cuando derrotaran al moribundo Imperio Otomano. Por varios siglos, los turcos controlaron amplias zonas de la Mesopotamia, Palestina y otros sitios santos para los musulmanes como las ciudades de La Meca y Medina.

Se suponía que el conciliábulo solo sería conocido por los afectados —es decir, millones de árabes y demás pueblos habitantes de estos lugares— cuando ya fuera demasiado tarde. Entre otras cosas, porque otro inglés, el teniente general Stanley Maude, líder de las tropas británicas que pretendían arrebatarle Bagdad a los turcos, proclamaba a los habitantes de la milenaria urbe: «Nuestros ejércitos no se dirigen a vuestras tierras como conquistadores o enemigos, sino como libertadores… [Nuestra] voluntad no es imponeros instituciones alienas…, [sino] invitaros a participar en la gestión de vuestros asuntos civiles».

Por su lado, el agente secreto británico Thomas Edward Lawrence, el famoso Lawrence de Arabia, cuyas andanzas serían objeto de más de una versión fílmica posterior, le había prometido a los líderes religiosos y políticos árabes un país independiente si colaboraban con la alianza anglo-francesa.


Dentro de pocos meses se cumplirá el centenario de que los victoriosos bolcheviques rusos hicieran públicas las verdaderas intenciones de los supuestos libertadores al publicar, en noviembre de 1917, unos acuerdos que la historiografía nombró con los apellidos de sus firmantes: Sykes-Picot.

Su casi exacta aplicación en las décadas posteriores transparentó ante varias generaciones de árabes, así como de otras minorías étnicas de la zona como los kurdos, la hipocresía de quienes se autoproclamaban abanderados de la democracia y la libertad.

Consecuentemente, el sueño de un gran país árabe y las aspiraciones de otro propio para los kurdos se vieron abortados por la personalísima repartición impuesta desde París y Londres y robustecida luego con el apoyo estadounidense al establecimiento de un Estado sionista en el corazón de Palestina.

Los pueblos árabes, acota el periodista paquistaní Tariq Ali, tienen una larga memoria histórica y los fundamentalistas prometen venganza ante los episodios de desengaños, como lo es la promesa centenaria de una patria común que utilizan como fuente de legitimación de su causa.

«Este no es el primer límite que romperemos, romperemos otras fronteras», decía un representante del Estado Islámico a mediados del 2014 desde un video publicado. El título escogido: El fin de Sykes-Picot no dejó lugar a dudas del mensaje.

En su pleno apogeo el Estado Islámico (EI) llegó a controlar importantes espacios habitualmente conocidos como el este de Siria, el norte de Irak o el sur de Turquía, cuyas poblaciones étnica y culturalmente emparentadas habían sido separadas artificialmente en el siglo anterior.

«La gente está llegando a sus identidades más antiguas: sunitas, chiíes y kurdos. Grupos sectarios, a menudo islamistas, han llenado el vacío de poder, derramando fronteras y extendiendo la violencia», se lamentaba un comentarista estadounidense advirtiendo que la torpe política de grandes potencias europeas y norteamericanas terminó por ganarse muchos enemigos allí donde hicieron brotar al extremismo confesional para enfrentarlo al nacionalismo laico.

Los suicidas que se inmolan a nombre del Estado Islámico en Bagdad, Damasco, Homs o Mosul son hijos de esos sentimientos perversos nacidos de de­sengaños originados por acuerdos como el Sykes-Picot, que trazaron fronteras rectas con intereses torcidos que malograron la evolución de pueblos depositarios de un legado cultural imperecedero y valioso para toda la humanidad.

(Publicado originalmente en Granma.cu)

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