Posted by : Unknown viernes, 6 de enero de 2017


Desde la veteranía de sus años vividos una mujer contaba de lo duro que fue para ella andar por el firme de la Sierra Maestra. A su lado una niña hablaba de su compañerita de aula que quiere ser médico, “para ir a Brasil”, dijo. ¿Son dos asuntos inconexos? Tal vez no, porque impedir que se pierda el sentido de la solidaridad hoy puede ser un desafío tan complejo como lo fue en su momento ascender una montaña. Ambos sucesos ilustran esos retos colectivos o individuales que le ha tocado enfrentar a este país para ser simple y llanamente digno. Sin importar la época cada generación ha librado sus propias batallas o como diría Silvio Rodríguez, “todo el mundo tiene su Moncada”.

El General de Ejército, Raúl Castro Ruz, por ejemplo, nos confesó algunos de los suyos hace unos días ante el Parlamento: hacerle comprender a una indeterminada masa de funcionarios a diferentes niveles que continuar poniéndole trabas innecesarias a la inversión extranjera les aligera sus agendas de trabajo, pero al precio de privar a la nación de fondos y tecnologías necesarios para conservar esos logros sociales que nos enorgullecen a todos.

Otro no menos importante, indicó, es subestimar la envergadura de separar las direcciones de los consejos de la administración de las asambleas provinciales y municipales del Poder Popular. Quizás por eso nuestro Presidente se haya salido por un instante de la letra de su discurso de fin de año para recordarle a nuestros servidores públicos que en el éxito o el fracaso de dicho experimento se juega el futuro de construir un mejor sistema de gestión de gobierno justamente allí donde más se le necesita

Desde su nuevo rol de ministro de Economía y Planificación, Ricardo Cabrisas, también reveló su “Moncada”: lograr el mayor consenso y acción posibles en el sector productivo y de servicios e incrementar así las exportaciones, reducir los gastos no imprescindibles y avanzar en inversiones de alta prioridad como las del turismo, energía, e infraestructura para la construcción, del transporte y las comunicaciones. Obviamente Cabrisas, como individuo, no podrá tener éxito en esta contienda que, junto a los escollos externos tiene demasiados ingredientes de desidia, inmovilismo, indiferencia o peor aún: corrupción; por más que se hable de “decrecimientos” cuando en términos concretos la economía está en recesión.

Igualmente frente al Parlamento cubano Lina Pedraza, ministra de Finanzas y Precios, describió el escenario de sus luchas personales en pos del uso sensato de las arcas públicas. Es una pelea que depende de ella solo en última instancia pues humanamente Pedraza no puede estar en más de un sitio al mismo tiempo para asegurarse que la ejecución de los presupuestos a sus correspondientes escalas sea un ejercicio de la autoridad responsable, transparente y participativa.

Tampoco ella podrá sentarse junto cada gobierno y velar que estos usen con sensatez ese 50 por ciento de fondos provenientes de la contribución territorial para el desarrollo local del que ahora podrán disponer. Por eso aludiendo a la conmoción subsiguiente al fallecimiento del Líder Histórico de la Revolución, Fidel Castro, Pedraza concluyó su intervención diciendo que “los sentimientos tienen diversas vías para expresarse en acciones concretas, como la exigencia del deber y el control, allí, en cada puesto de trabajo, con el poder que tiene un colectivo y con la fuerza y autoridad que nos da luchar por nuestra Patria desde la humilde trinchera”.

En el Parlamento Raúl, Cabrisas y Lina Pedraza, nos compartieron algunos de sus “Moncadas” de este 2017 que por la magnitud de sus cargos influyen en la suerte de millones de cubanas y cubanos. Sin embargo en nuestras vidas probablemente podremos mencionar los propios y que en sus miles de formas deberemos enfrentar consientes de nuestros miedos e inseguridades y también de nuestras fortalezas y oportunidades. Quizás ya no sean en las selvas de Angola o los desiertos de Etiopía y sí en la jungla más dura de las ideas enfrentadas. Probemos entonces a preguntarnos como aquel Sergio de un memorable filme: “¿He cambiado o ha cambiado la ciudad? (…) ¿Y si ahora mismo empezara todo?”

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